En términos pragmáticos y sencillos definamos:
Bien: Lo que mejora la naturaleza humana.
Verdad: Adecuación entre el entendimiento y la realidad.
Conciencia: Brújula para decidir entre el bien y el mal.
Libertad: Elegir entre el bien y el mal con responsabilidad.
A partir de estas definiciones analicemos lo que dice A. Ruiz Retegui en su libro Deontología Biológica, cap. 1
La libertad y la persona 
En el fondo nos encontramos de nuevo con la antigua pregunta que hizo nacer hace veinticinco siglos la reflexión filosófica sobre la Ética. Esta pregunta nacía de la conciencia de la libertad y de su transcendencia. El hombre empezó a pensar en Filosofía Ética cuando tomó conciencia de que el ejercicio de su acción libre no significaba simplemente una elección sobre cosas externas. Esta es ciertamente la más inmediata y evidente dimensión de la libertad. Pero enseguida se advierte que su alcance es más profundo y decisivo: al elegir sobre ésta o aquella cosa, sobre éste o aquel curso de acción, el hombre está decidiendo sobre sí mismo. Es la propia persona la que, como consecuencia de sus elecciones, resultará realizada o frustrada, alcanzará la felicidad y la plenitud o se hundirá en el desengaño. Por esto la
conciencia de la libertad, con toda su profundidad y alcance, enfrenta al hombre con la cuestión de su
responsabilidad.
La cuestión que alza el moderno desarrollo científico y tecnológico es análoga a la que se encontraron los griegos del siglo V antes de Cristo, porque lo que ahora nos debatimos es si la posibilidades materiales de que disponemos nos llevan a un mundo más humano, o más violento y tiránico. Hemos tomado conciencia de que nuestras posibilidades de actuación nos enfrentan a alternativas transcendentales: la realización o la destrucción. Nos hemos encontrado repentinamente con la responsabilidad decisiva de nuestra acción libre.
La experiencia ética del hombre está estrechamente ligada a la experiencia de su
libertad y del alcance de su
libertad. Esta experiencia enfrenta al hombre con diversos modos de realizarse o de cumplirse, de los cuales unos son experimentados como cumplimiento verdadero y otros son experimentados como frustración. Pero ante estas alternativas el hombre no se encuentra indiferente: no le da lo mismo realizarse que frustrase. El hombre, todo hombre, quiere ser feliz. La cuestión es en qué consiste ese ser feliz. La experiencia, tan frecuente, del desengaño nos muestra que la felicidad no es ningún objetivo de contenido evidente. La gran cuestión de la Ética es justamente determinar qué es eso que queremos y cómo se alcanza. El tema primero y fundamental de la reflexión ética no fue qué actos son los que debemos realizar y cuáles son los que debemos evitar, sino qué es eso que todos queremos. A ese objeto le llamaron los griegos el
Bien, que justamente fue definido como "lo que todos quieren". Pero no lo que todos quieren con sus quereres inmediatos y empíricos, en todos sus actos de voluntad, sino "lo que todos quieren en el fondo", es decir, lo que hace que todos queramos cosas o actos como medio para otra cosa, querida en sí misma y definitiva.
La verdad sobre el hombre como medida de su libertad 
Si nosotros, al decidir libremente, decidimos en el fondo sobre nosotros mismos, la referencia que nos advierte sobre el acierto o desacierto de nuestra decisión libre será
la verdad sobre nosotros mismos. Si acertamos a decidir de acuerdo con nuestra
verdad y nos cumplimos, nuestro ejercicio de la
libertad habrá acertado. Pero si decidimos por un curso de acción que nos lleva a la experiencia de la frustración, entonces nuestra libertad ha fallado. Es decir, el hombre advierte de modo inmediato que en su acción se encuentran en juego unos
valores o bienes de una naturaleza especial que le interpelan de un modo absoluto en su condición de persona dotada de
libertad. Resulta así que el hombre se encuentra entre la "necesidad" con que se le imponen esos valores -la lealtad, la sinceridad, la justicia, etc.-, y la
"libertad" de su decisión. La experiencia ética se nos presenta como una síntesis de libertad y necesidad. De libertad, porque nuestra voluntad no está físicamente determinada hacia ningún modo de acción. De necesidad, porque el deseo de felicidad, de realización, nos interpela de un modo absoluto e inevitable. La necesidad no es de tipo físico, pues el hombre no está forzado físicamente a realizar o a actuar de acuerdo con sus valores, pero advierte que lo que se compromete con su acción no es una mera realidad externa, sino su propia persona en cuanto tal.
En efecto, cuando actúa el hombre no tiene sólo una conciencia psicológica, un cierto conocimiento de la acción en su realizarse, sino que tiene además
conciencia moral, es decir, tiene conocimiento de la adecuación del acto con la dignidad de su propia condición de persona humana. De este modo, cuando la persona traiciona un valor moral,
la conciencia moral le condena como persona. No se trata del disgusto que sigue a fallar en un ámbito sectorial, es decir, la conciencia moral no dice "eres mal matemático", o "mal atleta", sino "eres malo": es la experiencia humana básica de la advertencia de la dignidad de la persona.
Ahora bien; reflexionemos: “conciencia” viene de cum scientia, alude a un saber, ¿y qué es lo que sabe la conciencia? ¿A qué verdad se abre? O dicho de otro modo, ¿cuál es la verdad que mide la conciencia y la compromete? Estas preguntas nos llevan a cuestionar la presunta neutralidad ideológica de la conciencia como facultad de decidir, que es como se entiende normalmente en la actualidad. Detrás de este planteamiento, en efecto, late la idea nominalista de libertad, típica de la edad moderna, que equivale en la práctica a individualismo pragmático. Una libertad que se ejerce no sólo al margen de la verdad, sino produciéndola, como si fuera su raíz. Hay otro modo, sin embargo, de plantear la relación entre libertad y verdad, que es justo el inverso. En la raíz —en el terreno íntimo y oculto de la
conciencia— situamos la
verdad, es decir, el hábito de abrirse a ella mediante el conocimiento, de modo que hacia el exterior se despliega el ramaje de la
libertad, el conjunto de las decisiones concretas con el objetivo de alcanzar el
Bien común.
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